
En el corazón de Linares, específicamente en la calle Independencia N° 77, se encontraba la casa donde, el 3 de noviembre de 1877, nació uno de los personajes más influyentes del siglo XX en Chile: Carlos Ibáñez del Campo, dos veces presidente de la República, senador, ministro de Estado y reconocido como “Hijo Ilustre” de esta ciudad.
Aquella casa, de arquitectura sencilla y típicamente linarense del siglo XIX, resistió los embates del tiempo hasta que un terremoto —como tantos que han marcado la historia de nuestro país— la condenó a la demolición. Hoy, el sitio permanece abandonado, sin resguardo ni señalética que oriente al transeúnte sobre la importancia de ese lugar. Solo algunos muros desgastados, cubiertos por polvo y maleza, se alzan como testigos mudos del tiempo y el olvido.
Durante años, una placa conmemorativa marcó el sitio con orgullo. Pero hoy ya no está. ¿Dónde fue a parar? ¿Quién la retiró y por qué? Son preguntas sin respuesta en una ciudad que parece haber borrado parte de su propia memoria.
Un linaje linarense
Carlos Ibáñez del Campo fue hijo de Francisco Ibáñez, agricultor de la zona, y de Nieves del Campo. Su formación comenzó en la Escuela de Hombres N° 1 de Linares y luego en el Liceo de Hombres, instituciones que también vieron pasar a otras figuras relevantes. Su primera presidencia se extendió de 1927 a 1931, marcada por una fuerte presencia autoritaria, y su segunda, entre 1952 y 1958, por un enfoque más conciliador y social.
La Biblioteca del Congreso Nacional de Chile lo describe como “uno de los principales líderes nacionales del siglo XX”, y no es para menos: su influencia dejó huellas en la institucionalidad, la economía y el imaginario político del país.
Un llamado a la memoria
El deterioro y abandono del lugar que lo vio nacer no solo representa una pérdida significativa para la identidad linarense, sino que también es un reflejo preocupante del trato que damos a nuestros espacios de memoria. En un contexto donde se debate la importancia de preservar nuestro patrimonio, es fundamental plantearnos la siguiente pregunta:
¿Cómo puede una ciudad proyectarse hacia el futuro si olvida a quienes la forjaron en el pasado?
Linares no requiere de grandes monumentos; lo que verdaderamente necesita es dignificar sus raíces. Restaurar su memoria, recuperar la placa conmemorativa y contar su historia con orgullo son gestos sencillos pero poderosos.
¿Volverá a brillar el número 77 de la calle Independencia? El futuro de este emblemático lugar depende de todos nosotros.