
Por décadas, bastaba con nombrar IANSA para que en Linares se encendiera algo más que recuerdos. Era mucho más que una fábrica de azúcar, era parte de la identidad, del paisaje cotidiano, de esas historias que se cuentan con una mezcla de orgullo y nostalgia.
Y es que la Planta IANSA de Linares, inaugurada en 1959, fue durante años una verdadera columna vertebral para la economía y la vida social de la ciudad, allí se molía la remolacha, pero también se amasaban sueños, se formaban familias y se tejía una comunidad.
La historia comienza en 1953, cuando la CORFO decide impulsar la agroindustria nacional y funda IANSA (Industria Azucarera Nacional S.A.). El propósito era claro: fortalecer la producción nacional de azúcar, aprovechando la remolacha como cultivo estratégico, y en ese contexto, Linares fue escogida como uno de los puntos neurálgicos para levantar una planta procesadora.
Seis años más tarde, en 1959, la maquinaria comenzó a girar y con ella, la ciudad también empezó a moverse de otra manera.
Hablar de IANSA en Linares es hablar de miles de trabajadores que, año tras año, encontraban allí su sustento. Pero no era solo un trabajo, la empresa supo crear una red de apoyo que hoy se recuerda con cariño: viviendas para los empleados, transporte diario, canchas deportivas, actividades culturales, y un sentido de pertenencia difícil de replicar.
Para muchos, fue su primera casa propia, para otros, el lugar donde vieron a sus hijos crecer, la verdad es que, más allá de la economía, IANSA tocó la vida de las personas.
El silencio que dejó el cierre
En 2018, la noticia golpeó fuerte, la planta cerraba sus puertas, así, sin más, ese zumbido constante que salía de la fábrica, esa especie de pulso industrial que marcaba el ritmo de la ciudad, simplemente se apagó, el impacto fue profundo, cientos de trabajadores quedaron sin empleo, y la cadena de proveedores, transportistas y agricultores también sintió el golpe, y es que el cierre de IANSA no fue solo una pérdida económica; fue, en cierto modo, el cierre de un capítulo entero de la historia linarense.
A pesar del silencio que hoy reina en ese gran recinto industrial, el legado de IANSA sigue vivo en la memoria colectiva de Linares, está en los campos que por años sembraron remolacha, en las familias que crecieron con el respaldo de un trabajo estable, en los vecinos que aún recuerdan las fiestas organizadas por la empresa o los partidos en la cancha de los trabajadores.
Y es que hay huellas que no se borran con el tiempo.

IANSA fue, para Linares, más que una empresa, fue un símbolo de crecimiento, de dignidad laboral y de progreso compartido, su cierre marcó un antes y un después, pero también nos recuerda lo que fuimos capaces de construir cuando había visión y compromiso.
Hoy, más que nunca, toca mirar hacia adelante sin olvidar de dónde venimos. Porque las grandes historias —como la de IANSA— nos enseñan que el desarrollo verdadero no solo se mide en cifras, sino en cómo transforma la vida de las personas.
Un final que duele en el alma de la ciudad
El cierre no solo implicó detener las máquinas, significó el término del contrato de más de 4.000 trabajadores, entre empleos directos e indirectos, detrás de ese número —frío en apariencia— había rostros, historias, sacrificios y esperanzas truncadas. para muchos, fue como perder un hogar, el golpe se sintió en cada rincón de Linares, en los, barrios, en las ferias, en las escuelas y hasta en el ánimo colectivo, la ciudad entera debió aprender a respirar sin ese corazón industrial que por décadas había dado vida y trabajo y es que cuando una empresa forma parte de la historia de un pueblo, su cierre no es solo un hecho económico, es un duelo y como todo duelo, deja enseñanzas, silencios… y la necesidad de volver a levantarse.