
La familia Sepúlveda Pincheira cultiva y fabrica escobas de curagua en plena ciudad, conservando un oficio casi extinto en Chile.
En Linares, la escoba no nace en una fábrica, sino en la tierra, así lo sabe la familia Sepúlveda Pincheira, quienes por generaciones han sostenido una tradición que combina agricultura, artesanía y esfuerzo, la fabricación de escobas de curagua, no se trata solo de armar un utensilio doméstico, sino de cultivar desde la semilla hasta el amarre final, en una cadena de trabajo silenciosa pero digna.
En tiempos donde la producción industrial domina el mercado, esta familia es probablemente la única en la ciudad —y una de las pocas en Chile— que aún realiza todo el proceso artesanal. “Aquí no compramos la materia prima, la sembramos nosotros mismos”, relata don Jorge Sepúlveda junto a su esposa, compañera Lilian Ibáñez, pilar fundamental en su hogar y el trabajo, quien lleva más de 40 años dedicado al oficio.
Un trabajo que comienza con la tierra
Todo parte con la siembra de la curagua, una planta herbácea que crece en terrenos soleados y de buen drenaje, la semilla se cultiva entre fines del invierno y comienzos de la primavera, y requiere cuidados periódicos durante varios meses, según explica la familia, la curagua alcanza su punto ideal de cosecha en pleno verano, lo que significa cortar y recoger la planta bajo temperaturas que muchas veces superan los 30 grados.
“La siega la hacemos a mano, bajo el sol, porque si se moja o se corta mal, no sirve para hacer la escoba”, comenta Lilian, esposa de Jorge, mientras muestra las manos curtidas por los años, el proceso continúa con el secado natural, el desgranado de las fibras y, finalmente, el armado, una escoba puede tardar solo algunos minutos, dependiendo también de los días que demore en estar lista, considerando el trabajo previo de curado y selección de cada fibra.

A pesar del esfuerzo, este es un oficio que resiste al olvido, las ventas no siempre acompañan, la competencia de productos plásticos o de origen chino ha reducido la demanda, sin embargo, quienes conocen el trabajo valoran su durabilidad y autenticidad, “Una escoba de curagua puede durar años y lo más importante, no contamina”, agrega don Jorge.
En Linares, algunas ferias libres y vecinos fieles siguen buscando sus escobas “de verdad”. También han comenzado a recibir pedidos desde otras comunas del Maule, gracias al boca a boca y las redes sociales.


Aunque la ciudad crece y la ruralidad retrocede, el pequeño taller de la familia Sepúlveda Pincheira sigue funcionando en el patio de su casa, entre sacos de semillas, racimos de curagua secándose al sol y un banco de trabajo de madera, la familia no solo fabrica, sino que enseña, sus hijas ya conocen cada parte del proceso y su hermano Hugo Sepúlveda también se hace parte de la producción.
“No queremos que esto se pierda, es parte de nuestra historia, de nuestra identidad”, afirma doña Lili, con firmeza.
En tiempos de inmediatez y consumo desechable, la escoba de curagua nos recuerda que hay cosas que merecen tiempo y que entre las manos de una familia linarense, la tradición aún barre el olvido.
Por La Voz de Linares
¿Conoces otras tradiciones en peligro de desaparecer? Escríbenos a lavozdelinares.cl@gmail.com